UNA ALMOHADA RELLENA DE CUENTOS
Cuando a uno le gusta escribir descubrir un personaje se parece bastante a zamparse una caja de bombones sin miedo a engordar. Conocer a Lolita me produjo esa sensación desde el momento que nos abrió la puerta, bajita, mayor y con achaques conserva intacta la mirada luminosa y la sonrisa socarrona. Con una naturalidad aplastante nos introdujo en su mundo, nos habló de sus orígenes en una época convulsa, de esas en las que solo los verdaderos supervivientes logran hacerse hueco. Compartió recuerdos duros con positividad casi con alegría, su vida con las monjas, los riesgos de la guerra, sus delicados pulmones…
Nos describió una infancia sin juguetes donde aprendió a fabricarse sus propias muñecas, colándose en la sala de costura y aunando los retales sobrantes. Esos retales que recogía del suelo marcaron su camino y aprendió a coser por instinto, creando sin saberlo su propia tabla de salvación.
Mientras su vida se llenó de tejidos, botones y cremalleras, se fue convirtiendo en una hermosa mujer que casi consigue hacer carrera en el cine. Si algo transmite Lolita a los ochenta y muchos es cercanía y confianza, esa cercanía de la gente que ha recorrido su vida sin rencores, dando amor y esquivando desengaños. Pese a sus limitaciones mantiene intacta la frescura del principio.
Rodeada de su nieta, su gato y su máquina de coser, al mirarla no puedo menos que sentir una oleada apabullante de buen rollo.
Amparo Lledó
Fotografía de Pancho Amat
Bravo por Lolita y por quienes la descubren!!
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Gracias a vosotras por hacer tan útil y tan feliz a la mamá con sus 87 añazos
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