ALFONSINAS

UNA ALMOHADA RELLENA DE CUENTOS

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Leonor y Rebeca fueron amigas desde siempre. Con ellas el destino puso la alfombra roja, compartían edificio, descansillo, colegio y a veces, incluso pupitre. Tantas señales unidireccionales solo podían desencadenar una amistad férrea, llena de colacaos con galletas,  dibujos animados y tres toques cortos  al timbre cada mañana  a las nueve menos veinte.

Las unían también sus nombres infrecuentes, el amor por los gatos de la azotea y una visión clarividente para las matemáticas.  Compartían confidencias en los sitios más sorprendentes pero entre sus favoritos destacaban, el armario ropero del pasillo y las viejas butacas del recibidor.

Las entradas suelen resultar desangeladas a menos que se espere una visita importante, esa soledad y los sillones desconchados hicieron el resto. Fueron  el marco de su infancia, igual servían como trono a la reina de corazones  que se convertían en una alfombra mágica con la que sobrevolar Constantinopla.  Viejos muebles que las vieron crecer, reír, cambiar y después volar.

En ese vuelo la suerte hizo un reparto dispar, como las dos caras de una moneda. A Leonor le tocó cruz, sin embargo nunca notó la ausencia de su otra mitad. En medio de las tinieblas no faltó luz, ni compañía, ni consuelo.

Cuando años después Rebeca desmontó la casa familiar, rescató sin dudarlo las butacas Alfonsinas del recibidor, las tapizó de nuevo e inculcó en sus hijos las desconocidas virtudes de trepar sobre los muebles.

Amparo Lledó

 

 


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