EL TALLER

UNA ALMOHADA RELLENA DE CUENTOS

 

Cristina creció en un taller, en un lugar donde se creaba cotidianamente, donde los dibujos dejaban la ilusión del papel para adentrarse en el mundo real. Se acostumbró a contar con herrajes y remaches, a interiorizar el olor intenso de la piel, a jugar al escondite entre rollos de tejidos.

Puedo imaginarla frente a las máquinas o tras las batas de los operarios, con sus grandes ojos azules muy abiertos, dispuesta a absorber cuanto resquicio de creatividad escapara de las mesas. Un negocio familiar aglutina desafíos e ilusiones y debió sentir muy pronto la necesidad de enrolarse como grumete de ese barco. El talento le afloró en la punta de los dedos, germinó con una elegancia serena y terminó convirtiéndola en alguien capaz, que entrelazaba espacios, imágenes, colores y telas. Sus manos ágiles jugaron con los lápices como autentica marca de la casa y le permitieron escapar de la cotidianeidad siempre que fue necesario.

Su padre llevaba el timón como ese capitán que gobernaba con mano capaz si venían mal dadas o con guante de seda en las escasas rachas de calma chicha. Un capitán abierto a la innovación, tolerante con lo diferente, alguien que tenía el instinto en la mesilla de noche.

Cristina encontró su lugar, se sintió cómoda, comprendida, utilizó y canalizó su creatividad junto a los pilares de su vida. Su familia resultó amiga y compañera de viaje, tuvo suerte, no creo que la haya mejor.

Utilizó el taller como certeza, con sus neones a las 7 de la mañana o en la madrugada, como punto de destino, como esencia común, como paño de lágrimas. Los planes, los viajes, un mundo de descubrimientos, de  buscarse la vida, rezando a veces, cruzando los dedos confiando en que las malas rachas se acaban y no hay mal que cien años dure.

En medio pasó la vida criando a sus hijos y diseñando, haciendo la cena y diseñando, dándole vueltas a los números, a la piel, a las ideas, convertida en esa artista gregaria que escogió subirse al barco para no brillar en solitario.

Cristina serena después de las tormentas, está bien acompañada y parece casi feliz, el taller de su infancia la cobija, definitivamente no ha resultado una mala elección.

Amparo Lledó


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