UNA ALMOAHADA RELLENA DE CUENTOS
Envejecer es difícil. Un avance sin esperanza, una carrera de obstáculos donde cada día sorteas limitaciones que antes eran certezas naturales. Todos pagaríamos por el que “me quede como estoy” pero la vida es un camino sin paradas. Prepararse para iniciar ese descenso no es sencillo. Dolores, arrugas y cansancio van enseñando la patita, pero nos aferramos a que por dentro aún somos aquel chaval que trepaba a los árboles. A temporadas resistimos los envites del tiempo, pareciendo que ganamos la partida y esa carrera desenfrenada se ralentiza ofreciéndonos algo de oxígeno esperanzador.
Ese declive aunque pertinaz es un goteo, y es vida, y a menudo está lleno de luz. Carmen y Lolita desafían al tiempo todas las semanas en unas tardes luminosas, pese a los pocos grados que hay tras los cristales. No renuncian al placer del tacto, ni al de la vista, piel con piel, juntan sus cabezas olvidando achaques. Les une una fuerza común, el placer de la costura. Hacen y deshacen, ríen y discuten con un barniz surrealista, lamentan lo poco que va quedando de aquellas que fueron y recuerdan lo vivido. Los hijos, los nietos, los trabajos compartidos y sienten casi un calor de primavera aunque fuera vivimos un enero desafiante. Comparten una infusión, se miran con ojos emborronados, se acompañan.
A ratos olvidan años y ausencias, concentradas en labores todavía exquisitas. El tiempo vuela cuando están juntas, como un espejismo de la vida. “La tarde ha cundido” comentan en la despedida, incluso se sienten más ligeras, más jóvenes…
Resistirán hasta la semana próxima, hay citas completamente inexcusables.