Una Almohada rellena de Cuentos
Juan mira a los ojos, de frente, escruta, radiografía. Como quien ha visto mucho, de todo, quizá demasiado. Es la ventaja de los que estuvieron al otro lado, al regresar se convierten en certeros visionarios.
Siempre escucha con atención y cercanía, sin asombros, diseccionando cualquier adicción con la facilidad de quien recita la tabla de multiplicar, pero mientras aún resuenan las palabras ya está acariciando la solución. La ayuda se le enreda entre los dedos, con la urgencia del rescatador que es. El destino lo hizo fuerte y obstinado. Se perdió hace ya mucho en esa parte fea de la vida que no agrada mirar, pero su lucidez o su cabezonería le salvaron de la tempestad. Desde entonces anda empeñado en buscar a náufragos como él.
Posee la mejor tabla de salvación posible, porque ha transitado la oscuridad para terminar viviendo en la luz. Sabe acercarse, identificar, esquivar mentiras y justificaciones. Los adictos y sus familias no siempre van de cara. Pero él no cae en la confusión, al pan pan y al vino vino, nadie es capaz de escapar a su escáner vital.
Acoge y aconseja a partes iguales, sin renunciar, sin flaquear, convencido de que si él pudo salir, todos podemos. Echa una mano, dos o veintidós, difundiendo entre los chavales, próxima carne de cañón, escuchando a todo aquel que anda perdido, restaurando vidas.
Si alguien le necesita, no lo dudéis, es el mejor flotador, ojalá nadie querido tenga que buscarlo mar adentro.